sábado, 29 de enero de 2011

En sus marcas, listos, ya!

Tal vez esta reflexión quede mejor analizada por algún estudiante de sociología, o recursos humanos… pero bué, soy yo el redactor, que poco entiendo de estas ciencias y trataré de expresar la idea desde mi punto de vista, desde ya, absolutamente subjetivo y sin ningún rigor académico.
Hace unos días que en mi trabajo me han encomendado una tarea, similar a las que realizo habitualmente, pero con algunas particularidades. La puesta en marcha de los sistemas que instalamos, debía hacerla interactuando con otras personas que se encuentran en Estados Unidos. Como todos se imaginarán, la complicación surgió al momento de la comunicación con esta gente.
Dicen algunos avisos clasificados: "Las competencias requeridas para el puesto son"... bla, bla... competencia...
Por suerte para mí, de chico, mis padres se ocuparon de que yo aprenda inglés. Que quede claro que mi inglés es bastante pobre, no sé utilizar correctamente la gramática, ni los tiempos verbales. Me cuesta bastante entender a alguien cuando habla normalmente. En resumen mi inglés es muy básico y en varias ocasiones tuve que pedir ayuda. Pero de esa forma, con lo poco que aprendí, haciendo un esfuerzo, con la colaboración de mi interlocutor yanqui (que por cierto, no se preocupó por aprender castellano) nos fuimos comunicando, y logramos llevar la tarea a buen puerto.
Mi competencia para esa tarea fue entender inglés, hablar un poco, enviar algunos correos electrónicos, leer algunos documentos, etc. En fin, al menos de esta forma, lograr una comunicación. De nada me hubiera servido saber hablar quechua o guaraní.
La palabra competencia me suena a enfrentamiento, rivalidad, alguien gana y alguien pierde.
Competencia... ¿competencia contra quién? ¿quién es el rival?, si yo no hubiera tenido ese conocimiento del idioma extranjero seguramente el trabajo lo hubiera hecho otra persona ¿ese es mi rival?
Uno de los insultos mas agresivos en el ambiente laboral es: "incompetente", o sea: "no podés competir" ¿Quienes son los que no logran insertarse en el ambiente laboral, tal como está planteado en Buenos Aires (entiéndase cualquier ciudad industrializada, mas o menos parecida a la reina del plata)? son los que no pueden competir... o tal vez no quieran competir. No nos vamos a remontar a la revolución industrial, origen del sistema laboral tal como lo conocemos hoy en día, porque este post sería interminable.
Entonces ¿porqué hay que adaptarse a un sistema competitivo? ¿porqué hay que ganarle al oponente?
Muchas veces nos molesta el que viene a limpiarnos el parabrisas del auto, o el que nos cuida el coche cuando lo dejamos estacionado. El que anda mangueando alguna monedita en el tren, o nos deja una estampita en la mesa del bar. Quizá estas personas no estén dispuestas a competir, contra nadie. A destruir a ningún rival. Y claro está... son perdedores de antemano.
Las compañías, de todos los rubros, también tienen competencia, que serían las otras compañías que se dedican a lo mismo. Y estas empresas son las que exigen competitividad a sus empleados para competir contra otros empleados de las empresas competidoras. Lindo trabalenguas se me armó... Lamentablemente estas empresas valoran a las personas por sus capacidades para competir. No les importan sus valores, sus virtudes como persona, como amigo, como padre o madre, etc. No les importa si es una buena o una mala persona. Solamente si va a ser un buen competidor. Y así la ciudad se llena de garcas... y de boludos, ganadores y perdedores respectivamente. Desde ya que hay ganadores no garcas y perdedores no boludos. Pero el garca se ha propuesto ser un buen competidor, o sea ser útil para su empresa, ser mejor que los otros competidores, a cualquier precio. Buenos Aires nos impone esta condición, y los que no quieren participar de la competencia quedan excluidos de la sociedad.
Sinceramente, me cuesta imaginar otra forma de vivir, mas sana, mas tolerante, mas solidaria.
Entonces, esperemos que el estrés no nos gane y estemos bien entrenados para la dura competencia. Que quede en la conciencia de cada uno si es o no un garca.

martes, 11 de enero de 2011

Dulce? navidad

Como todos los años, o mejor, los fines de año, los festejos de navidad y año nuevo, con cierta parte de mi familia, acostumbramos a reunirnos varios integrantes, padres, tíos, primos, sobrinos, nietos, abuelos, etc...
Generalmente no es un gran festejo, es sólo una cena, por supuesto distinta a cualquier otra cena, con comidas que no se comen durante el resto del año. A las 12, la vueltita alrededor de la mesa, el brindis, y mas menos a la una, una y media la cosa va terminando, ya todos estamos aburridos, y empezamos a malhumorarnos por el sueño que va ocupando el lugar de la música.
Es interesante lo que sucede en mi familia los días previos al popular festejo… espero ser descriptivo…
Algunos proponen, sin decirlo, claro, una pulseada, una competencia cuyo ganador será el que imponga su voluntad sobre el tema en disputa. El tema en sí no importa demasiado, lo que importa es el duelo. Lleno de habladurías por lo bajo, de dobles sentidos, de falsas interpretaciones, el teléfono descompuesto hace su trabajo y algunos terminamos sin ganas de brindis, ni familia, ni vitel toné, ni papá noel, ni nada… Terminamos llegando a la cena con ganas de irnos… a veces nos lastimamos, hacemos comentarios realmente hirientes, y claro, algunos mas sensibles que otros terminan profundamente decepcionados, tristes, preguntándose cómo fue que sucedió.
El amor existe, pero lamentablemente para estas épocas, siempre está teñido de mala leche. Siempre está la disputa de quién la tiene mas grande y quién, a fuerza de desgastar a todos termina logrando su propósito.
Entonces me pregunto, si siempre sucede lo mismo, ¿para qué insistir, para qué volver a proponer tal juntada familiera que sólo conduce a caras largas?
¿Será que siendo muchos en la reunión no nos sentimos tan solos y estamos dispuestos a bancarnos mutuamente?
Creo que la solemnidad de la institución familiar le impone un valor agregado a la situación, que no nos permite sincerarnos, decirnos las cosas de frente, mirándonos los ojos, aclarando esos eternos temas que tanto nos molestan, que siempre están enroscados en la garganta y terminan diluyéndose hasta la próxima reunión. Tal vez por miedo a distanciarnos. O mucho peor, por miedo a enfrentarnos.
La herida queda abierta, seguro, y por mas que la distancia no sea física, existe y es grande.
Me queda el consuelo de no ser partícipe directo de la disputa, de no echar leña al fuego. Espero algún día ser un poco mas fuerte y poder alejarme, junto con mi esposa y mi hijo, de la línea de fuego.
Pero los lazos son fuertes, no será nada fácil.